En una alacena, en el corazón de Castilla-La Mancha, las estanterías lucen orgullosas las etiquetas de Campo y Alma. Aceites, quesos, ajos, azafrán, miel… Todos con algo en común: el sello de calidad DOP (Denominación de Origen Protegida) o IGP (Indicación Geográfica Protegida). Pero detrás de cada etiqueta hay una pregunta clave:
Pero, ¿de qué sirve tener un producto excelente… si luego lo conservamos mal?
Los productos con sello DOP e IGP no son alimentos corrientes. Arrastran años de tradición, técnicas afinadas y un territorio concreto que marca su carácter. Un aceite con DOP, un queso, un ajo morado con IGP o un melón típico de la zona son, en realidad, el resumen de una cultura alimentaria.
Sin embargo, unos pocos errores en la despensa o en la tienda pueden echar por tierra:
En otras palabras: la conservación forma parte de la calidad, aunque no siempre se hable de ella.
Entre el campo y el plato: el eslabón invisible
El recorrido de un producto de Campo y Alma es largo: del agricultor o ganadero → a la industria artesana → al punto de venta → a tu cocina.
Sobre los dos primeros eslabones se habla mucho. Sobre los dos últimos, no tanto. Y ahí entran en juego unas reglas sencillas, pero decisivas.
Tres enemigos clásicos de los productos de calidad son:
Controlar estos factores es la base de toda guía de conservación, aunque luego haya matices según el producto.
El vino DO, un tesoro que también se cuida en la despensa
El vino con sello DO de Castilla-La Mancha es uno de los emblemas de la despensa regional, un producto cuya calidad depende tanto de la viña como de su conservación posterior. Estas botellas requieren un lugar fresco y oscuro, lejos de vibraciones y cambios bruscos de temperatura, para que sus matices no se desvirtúen. Mantenerlas en posición horizontal —cuando tienen corcho natural— ayuda a preservar la humedad del tapón y evitar filtraciones de aire. En definitiva, el cuidado en el almacenamiento es clave para que cada copa exprese la autenticidad del terroir manchego.
Aceite de oliva virgen extra con DO: oro líquido que no soporta la luz
En muchas cocinas, la botella de aceite de oliva virgen extra DOP acaba junto a la vitro, cerca del horno o frente a una ventana. Es decir, en el peor lugar posible.
Los expertos recomiendan:
Un detalle que muchos desconocen: una vez abierto, lo razonable es consumirlo en unos meses para disfrutar de sus aromas en plenitud. No es un vino de guarda; el aceite, cuanto más fresco, mejor.
El Queso Manchego: vivo incluso en la nevera
El Queso Manchego con DOP –como los manchegos tradicionales– continúa evolucionando, incluso en frío. Por eso, guardarlo bien marcará la diferencia entre un bocado intenso y una pieza reseca y sin alma.
Pautas básicas:
En las tiendas, los quesos DOP suelen ser tratados casi como joyas. Sin embargo, si al llegar a casa se dejan abiertos al aire en la nevera, el trabajo de ganaderos y maestros queseros se pierde en cuestión de días.
Ajo morado, berenjenas, melones… el delicado equilibrio de los productos frescos
Los productos hortofrutícolas con sello de calidad, como el ajo morado, determinados melones de la región o variedades específicas de berenjena, no son simples productos frescos: también compiten en un mercado donde el aspecto y la vida útil importan.
Algunas reglas de oro:
Ajo Morado con IGP
Melón con IGP
Berenjena con IGP
Cebolla con IGP
Cada gesto –cambiar de balda la verdura, separar lo dañado, controlar el flujo de aire– marca la diferencia entre una venta excelente y una reclamación del cliente.
Miel, azafrán y nueces: pequeños tesoros que temen la humedad
Los productos con más concentración de sabor y aroma son, paradójicamente, algunos de los más sensibles a una mala conservación.
Miel
Azafrán
Uno de los tesoros más delicados.
Nueces
El punto de venta: el primer guardián de la calidad
En tiendas, supermercados y pequeños comercios rurales, el tema del almacenamiento se vuelve estratégico. Un lineal mal iluminado, una cámara mal regulada o una rotación deficiente pueden acabar afectando a la imagen de toda una marca.
Claves para el comercio:
Rotación estricta: lo primero que entra es lo primero que sale.
Separar categorías:
Cartelería clara: sello Campo y Alma bien visible, junto con la DOP/IGP.
Formación del personal: poder explicar al cliente cómo guardar en casa lo que acaba de comprar es un plus que fideliza.
El consumidor: último eslabón… y juez final
Al final del viaje, el consumidor abre la bolsa, desembala el producto y decide dónde colocarlo: en la encimera, en el armario, en la nevera… Ahí se decide si todo el esfuerzo de agricultores, ganaderos, cooperativas y elaboradores ha merecido la pena.
Algunos gestos sencillos que marcan la diferencia:
Mucho más que una etiqueta
El sello Campo y Alma, junto con las menciones DOP e IGP, certifica el origen, el método y la calidad. Pero hay algo que no puede certificar: cómo se tratará ese producto una vez sale de la fábrica o de la tienda.
Ahí entran en juego la profesionalidad de los comercios y la responsabilidad del consumidor. Porque un aceite rancio, un queso reseco o un ajo brotado no cuentan la historia real del producto, sino la de un eslabón que falló.
Cuidar la forma en que conservamos y almacenamos estos alimentos es, en el fondo, una forma de respetar el trabajo del campo y el patrimonio gastronómico de Castilla-La Mancha. Y de asegurarnos de que cada vez que abrimos una botella, cortamos una cuña o pelamos un diente de ajo, lo que llega a la mesa está a la altura del sello que lo ampara.